Lo
ideal es que cada persona tenga su póliza de gastos médicos mayores, póliza de
gastos médicos menores, seguro de vida, seguro de auto, seguro de casa
habitación; pero por alguna razón, primero de cultura y otras veces porque no
alcanza el salario o ingreso, no se puede con este ideal.
Entonces
lo que se recomienda, es que se tenga un ahorro, un guardadito; porque se
presentan situaciones inesperadas y se necesita con urgencia ver al médico,
todavía más, al especialista y estos cobran bien, y deben de cobrar bien,
puesto que se requiere de una opinión especial sobre un caso especial de pacientes.
Por
muchos años he ido a la Cruz Roja, llevado medicinas, heridos, amigos,
conocidos y hasta parientes, pero nunca había necesitado llegar como paciente;
pero la situación cambio hace poco; necesitaba ver a un otorrinolaringólogo,
pero sé que los honorarios son entre $600.00 a $900.00 no digo que se mucho o
poco, pero no tenía a la mano esa cantidad y dije “bueno primero ahorro y luego
voy a la consulta con algún conocido especialista”
Pero
lo platiqué a varias personas como algo normal; alguien me escucho y me dijo -¿pero
por qué esperas a tener el dinero, si en la Cruz Roja te atienden especialistas
tan buenos como los que tu frecuentas? y te sale barato; -es más, yo te pago la
consulta y te hago la cita. Pensé porqué
no.
Llegué
puntual a la cita, pero, tomo una ficha y me mandan a sentar en espera, me
mandan a pagar a caja los $120.00 luego me pasan a un corredor estrecho, donde
había mucha gente, todas con actitudes deprimentes, unas ancianitas con sus
familiares en silencio, solo esperando que su familiar las tome del brazo y las
conduzca con el médico.
Unas
jovencitas, casi niñas, embarazadas
esperando una revisión prenatal; como el espacio era reducido se sentían los
olores de todos sabores, perfumes baratos, talco con sudor, una que otra
persona con tos seca, las enfermeras pasan y pasan entre nosotros; el médico llegó
media hora tarde a la cita.
_Ficha
uno; el mismo medico empezó a gritar el numero de fichas para atender; el
primer paciente que paso demoro cinco minutos, el segundo siete y así
sucesivamente hasta que me toco. Entro y en un pequeño consultorio el médico
estaba batallando con un niño que dijo era su hijo; de esos niños de cuarta generación
que parecen demonios de Tasmania, jugando con la computadora y las herramientas
del médico y este apurado a calmarlo; claro, el niño nunca le hizo caso y con
todo eso me dijo -¿Qué tienes? Tímidamente le expliqué la situación, siguió –siéntate
aquí, me puso un aparato frio en el oído, me hurgo con algo y termino diciendo,
no puedo hacer nada porque esta pegado al tímpano, te mandare unas gotas, te
los pones durante cinco días.
Los
movimientos y actitudes del médico me indicaron que se había acabado mi tiempo
y debía salir para que entre otro.
Salí
con dolor de cabeza y el interior de mi oído inflamado.
¡¡Pagas poco, recibes poco!!
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