domingo, 2 de diciembre de 2012

MECO


A lo lejos, en el horizonte, se ve el brillo del sol, con un color amarillo intenso; la claridad llego hasta los parpados de Meco; con cuidado abrió sus ojos, ya sabía qué era, todos los días desde que vive en esa casa; si es que se le puede llamar casa, siempre al dar las seis de la mañana, el sol sale y el brillo le da en los ojos.
Una construcción de las llamadas de dos aguas; es decir, se atraviesa un madero en el centro, luego de ahí se prende unos maderos más delgados y luego se clavan algunos cartones negros para que el agua escurra por los lados y no entre en la casa; una casa de dos aguas.

Las láminas estaban rotas de tan viejas que estaban, el tiempo, el gua y el sol habían hecho su trabajo, sobre ese material. Las paredes son de madera, tablas mal colocadas, con rendijas, donde se puede apreciar por las noches las figuras humanas, si se encendía el candil; que era con el que se alumbraban los que viven en ella.

Otro día prometedor de aventuras; emociones fuertes; peleas que dar, correr, y ladrar para asustar al enemigo.
Los adultos que viven en la casa no están interesados en Meco; si está en un rincón de la casa en la parte de afuera, es porque los niños lo quieren mucho y hasta lloran por él.

Desconocen las aventuras que viven todos los días, los niños con Meco. La situación no es convencional, los padres se van a sus asuntos, los niños se quedan solos, de seis de la mañana a ocho de la noche.
Les dejan tortillas a mano, una olla de frijoles, o yerbas hervidas, solo con sal, para que cuando tengan hambre coman tortillas, ya secas o frías y frijol o yerba hervida, hasta que llegue la madre.

Pero por naturaleza los niños no se quedan encerrados en esa casa mal construida; salen todos los días, y afuera, están los peligros.

Ahí es donde entra Meco; solo él sabe lo que hace; los niños hablan con él, lo acarician, y a veces le dan de su comida, aunque se queden con hambre, ya que la ración que les dejan es poca.
Los niños no tienen duda de que Meco los escucha y les entiende; no están interesados en platicar a los adultos propios y ajenos sobre la relación que tienen con Meco, ni qué hace éste por ellos; simplemente no lo entenderían.

El problema de estar jugando en el patio, es porque en la parte de atrás llegan gansos o gallos de pelea que luego atacan a los niños; unos  con picotazos otros con el espolón.
En la parte de enfrente pasa un camino real; donde cruzan otros niños mayores en edad, y como todos, saben que dejan solos a los niños; los maltratan a empujones y les dicen groserías. Pero estando Meco; este se lucía, porque los primeros o los segundos, cuando veía que los niños corrían peligro, atacaba.

Los gallos salían corriendo casi volando porque sentían los ladridos en la cola emplumada; hasta plumas se les caía. Los gansos, con  sus patas largas, salían corriendo resoplando, todos colorados de la cresta por el susto. A los niños groseros y abusivos, solo se les paraba enfrente, les gruñía y les enseñaba los colmillos y estos, también, salían corriendo, dejando en paz a los niños.

Hoy, fue un día interesante; porque así como había niños groseros que atacaban a los pequeños; también pasaban personas mayores, de buen corazón. Pasó una señora que se dedicaba vender pan en el poblado cercano y como no termino de vender, se dijo entre sí “ahora llevaré estos panes para esos niños que siempre están solos a la buena de Dios” Repartió el pan sobrante entre los tres niños que vio a su paso.
Los niños felices, repartieron los panes entre ellos y Meco; quedaron en no platicar nada de esto; sería secreto entre los cuatro.

Se termino el día; se oscureció, llegó la madre de los niños, hizo la cena, los niños cenaron; como estaban cansados de tanto jugar y tener emociones fuertes, pronto se durmieron.
Meco recibió su memela, se la comió, por un rato escucha la plática de los padres, pero también se quedo dormido, fue un día interesante; mañana seguramente será otro día emocionante…


B. J. Zaragoza

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