Cultura
priista.
Es el PRI que creo y recreo
una cultura priista. En material electoral: Las urnas
embarazadas, la cargada, el sobre lacrado, la imposición, de todas todas, el ratón
vaquero, la compra de votos, perdemos en las urnas pero ganamos en el tribunal,
la negociación en lo oscurito, si pierdo arrebato.
En materia económica: El
diezmo y doble diezmo, “el viejo no roba pero como deja robar”, “el que no
tranza no avanza”, “entre mas obra pública mas sobra”, “te doy y me das”, las empresas
fantasmas, el desvío de recursos, el chanchullo, la licuadora, “la Casita Blanca”,
la casita de Malinalco, el grupo Higa, Odebrecht, “el segundo frente”, el
enriquecimiento ilícito, me saqué la lotería, me saqué el Melate.
En materia social y política: “El oro molido”, el
nepotismo, la monarquía imperial, la familia al poder y “la dictadura
perfecta”.
Una
cultura priista tan intensa y absorbente que los panistas y los perredistas,
por ejemplo, la terminaron adoptando.
Ostentosa
riqueza familiar.
Nunca, hasta ahora cuando el gobernador Yunes
ascendió al poder, tantos priistas habían terminado en la cárcel. Claro,
Patricio Chirinos Calero encarceló a Dante Delgado Rannauro y Porfirio Serrano
Amador, pero cumpliendo órdenes rencorosas y vengativas de Ernesto Zedillo.
Dante Delgado, a su vez, encarcelo al director
de Transito de Fernando Gutiérrez Barrios, David Varona, pero no era priista.
Y Agustín Acosta Lagunes encarcelo a José Luis
Lobato Campos, director del Instituto de Pensiones de Rafael Hernández Ochoa,
como medida de presión para descarrilar un proyecto periodístico encabezado por
Lobato, Jorge Malpica Martínez y Horacio Aude Zebadua.
Pero, bueno, todo indica que tantos años de
impunidad en el PRI sirvieron para construir una realidad avasallante: cada 6
años de la presidencia de la republica y de las gubernaturas y cada tres años,
primero, y después, cuatro años, de las alcaldías aparecían nuevos ricos,
ostentosas riquezas familiares, donde todo era legal y nadie, absolutamente
nadie, había incidido en el mínimo acto de corrupción.
Era, pues, es incluso, y según
la cultura tricolor, el pago que los políticos merecen por sacrificarse en
nombre del bienestar social, ¡pobrecitos!, tan expuestos a que la delincuencia
organizada los amenace y hasta atente contra sus vidas y las vidas de los
suyos.
Todos
somos priistas…
El PRI se volvió sinónimo de la corrupción
política.
El país, en el primer lugar de corrupción en
América Latina y en uno de los primeros lugares mundiales.
El México de Carlos y Raúl
Salinas. Y de los Moreira. Y de los Arturo Montiel. Y de los Peña Nieto. Y de
la “colina del perro”. Nadie dudaría que cuando Moctezuma II envió monedas de
oro y veinte vírgenes al sifilítico Hernán Cortes a su llegada a las playas de
Chalchihuecan mostraba su vocación priista. Y más, porque según el libro de
María Scherer Ibarra, “todos llevamos un priista adentro”.
Miguel Ángel Yunes Linares,
extremista. Dante Delgado Rannauro, expriista. Andrés Manuel López Obrador,
expriista. Cuauhtémoc Cárdenas, expriista. Porfirio Muñoz Ledo, expriista.
Fui priista, ha dicho Dante
Delgado, porque entonces era el único partido fuerte. Cierto, cierto, cierto,
pero desde 1920, José Vasconcelos demostró que había otros caminos y se lanzo
como candidato presidencial independiente enfrentando el poderío de Plutarco
Elías Calles.
El ADN priista marca. Y su
sello es como el fierro ardiente que le ponen a las vacas.
Luis Velázquez
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