jueves, 28 de junio de 2018

POR QUIÉN VOTAR Y POR QUÉ, PARTE II


Cultura priista.

Es el PRI que creo y recreo una cultura priista. En material electoral: Las urnas embarazadas, la cargada, el sobre lacrado, la imposición, de todas todas, el ratón vaquero, la compra de votos, perdemos en las urnas pero ganamos en el tribunal, la negociación en lo oscurito, si pierdo arrebato.

En materia económica: El diezmo y doble diezmo, “el viejo no roba pero como deja robar”, “el que no tranza no avanza”, “entre mas obra pública mas sobra”, “te doy y me das”, las empresas fantasmas, el desvío de recursos, el chanchullo, la licuadora, “la Casita Blanca”, la casita de Malinalco, el grupo Higa, Odebrecht, “el segundo frente”, el enriquecimiento ilícito, me saqué la lotería, me saqué el Melate.

En materia social y política: “El oro molido”, el nepotismo, la monarquía imperial, la familia al poder y “la dictadura perfecta”.
Una cultura priista tan intensa y absorbente que los panistas y los perredistas, por ejemplo, la terminaron adoptando.

Ostentosa riqueza familiar.
Nunca, hasta ahora cuando el gobernador Yunes ascendió al poder, tantos priistas habían terminado en la cárcel. Claro, Patricio Chirinos Calero encarceló a Dante Delgado Rannauro y Porfirio Serrano Amador, pero cumpliendo órdenes rencorosas y vengativas de Ernesto Zedillo.
Dante Delgado, a su vez, encarcelo al director de Transito de Fernando Gutiérrez Barrios, David Varona, pero no era priista.
Y Agustín Acosta Lagunes encarcelo a José Luis Lobato Campos, director del Instituto de Pensiones de Rafael Hernández Ochoa, como medida de presión para descarrilar un proyecto periodístico encabezado por Lobato, Jorge Malpica Martínez y Horacio Aude Zebadua.
Pero, bueno, todo indica que tantos años de impunidad en el PRI sirvieron para construir una realidad avasallante: cada 6 años de la presidencia de la republica y de las gubernaturas y cada tres años, primero, y después, cuatro años, de las alcaldías aparecían nuevos ricos, ostentosas riquezas familiares, donde todo era legal y nadie, absolutamente nadie, había incidido en el mínimo acto de corrupción.
Era, pues, es incluso, y según la cultura tricolor, el pago que los políticos merecen por sacrificarse en nombre del bienestar social, ¡pobrecitos!, tan expuestos a que la delincuencia organizada los amenace y hasta atente contra sus vidas y las vidas de los suyos.

Todos somos priistas
El PRI se volvió sinónimo de la corrupción política.
El país, en el primer lugar de corrupción en América Latina y en uno de los primeros lugares mundiales.
El México de Carlos y Raúl Salinas. Y de los Moreira. Y de los Arturo Montiel. Y de los Peña Nieto. Y de la “colina del perro”. Nadie dudaría que cuando Moctezuma II envió monedas de oro y veinte vírgenes al sifilítico Hernán Cortes a su llegada a las playas de Chalchihuecan mostraba su vocación priista. Y más, porque según el libro de María Scherer Ibarra, “todos llevamos un priista adentro”.

Miguel Ángel Yunes Linares, extremista. Dante Delgado Rannauro, expriista. Andrés Manuel López Obrador, expriista. Cuauhtémoc Cárdenas, expriista. Porfirio Muñoz Ledo, expriista.
Fui priista, ha dicho Dante Delgado, porque entonces era el único partido fuerte. Cierto, cierto, cierto, pero desde 1920, José Vasconcelos demostró que había otros caminos y se lanzo como candidato presidencial independiente enfrentando el poderío de Plutarco Elías Calles.
El ADN priista marca. Y su sello es como el fierro ardiente que le ponen a las vacas.


Luis Velázquez


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