Un día, mi amigo,
padre de familia, había salido a pasear en automóvil, junto con su esposa e
hijos. Tuvieron un accidente de gravedad y este amigo resultó mal herido; se
desangró muchísimo. Lo llevaron inmediatamente al hospital, hubo una consulta
rápida entre los médicos y éstos decidieron que lo indispensable para salvarle
la VIDA era una transfusión.
Después de un muestreo entre los ahí
presentes, se decidió que la hija más pequeña era la indicada para donar
sangre.
El doctor le preguntó:
-¿Darías tu sangre para salvarle la VIDA a
tu papá?-
La niña dijo inmediatamente que sí. Se
preparó el instrumental y se hizo la transfusión.
Esperaron luego
durante un periodo de gran tensión nerviosa y por fin, volvió el color al
rostro del herido. Había pasado el peligro. Todos comenzaron a tranquilizarse,
porque entonces ya se dio por seguro que mi amigo habría de sobrevivir.
Pero entonces se dio cuenta
el médico que efectuó la transfusión de que la niña todavía estaba tendida
sobre la cama, temblorosa y pálida, así que le dijo:
-¿Qué te pasa? ¿No te
sientes bien?-
Y ella le contestó:
-Sí, estoy bien, pero.
. . ¿a qué hora me muero?-
La hija pequeñita no
había comprendido. ¡Creyó que estaba dando su VIDA, literal y definitivamente,
para salvar la VIDA de su padre!
Pues bien, mi hijita
tampoco sabe en qué consiste una transfusión; pero en las noches, cuando llego
a casa y corre a recibirme con un abrazo bien apretado, me parece que ella
también daría su VIDA por salvar la mía, si alguna vez creyese necesario
hacerlo.
¿Crees que lo menos que puedes hacer por ella es invertir $1,000pesos
mensuales para proteger su futuro?
B. J. Zaragoza
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